"No midas tu riqueza por el dinero que tienes o atesoras, mide tu riqueza por aquellas cosas que no cambiarias por dinero."

miércoles, 4 de abril de 2012

Granos con sabor a vida


Marielena Pérez Peña es una científica de la tierra y le encanta experimentar con un que otro cultivo, pero su pasión son los granos y en especial, la soya.
La productora tunera se especializó en este alimento y a tres años de investigaciones conoce las particularidades del cultivo y alcanza cerca de cuatro toneladas por hectárea, mientras que la media del rendimiento a nivel nacional es de dos toneladas por hectárea. Su éxito es mayor porque lo consigue con poco riego y bajo las condiciones del suelo y el clima de una de las provincias más secas del país.
“Me enviaron pequeñas cantidades de semillas desde Las Tunas para ver si se adaptaban a nuestro clima. Monté un experimento con 15 variedades de soya en un área pequeña, ahora es el que más me gusta y al que le he dedicado más tiempo. En el municipio no había esa experiencia y ya logramos nuestras propias semillas.”
Su trabajo en el campo le permitió el desarrollo de variedades tan poco comunes como la soya negra. “Planté para saber en que época se adaptan mejor porque todas no son de la misma etapa, así sé como tener mejores rendimientos. Hay cultivares de un ciclo más corto, de 80 días y otros de 120. La verdad es que aun no conocemos muchas cosas. Algunas tienen flores moradas, otras blancas. Verlas en el campo, todas juntas, es lo que llama la atención porque se ve muy bonito.”
En el año 1993, Marianela se graduó como Ingeniera Agrónoma, asegura que se decidió por la carrera porque no podía vivir lejos del campo y de las siembras. “Desde niña, me gustó ver el fruto que se logra de la tierra. Siempre fue un buen regalo para mí.”
Ahora como profesora a tiempo parcial de la Universidad en el municipio de Jesús Menéndez, se encarga de motivar a sus educandos para que se decidan por la producción de alimentos. “A mis estudiantes, les explico la importancia y la necesidad que tenemos de hacer producir nuestra tierra y le pongo ejemplos de cómo sí se puede, cuando se quiere puede lograrse cualquier cosa. Hoy, tenemos que amar las producciones porque es lo que nos va a desarrollar y hacer salir adelante al país.”
Para motivar a otras personas al cultivo de la soya, aprovecha el poder de convocatoria del centro universitario para realizar exposiciones de semillas que luego reparte gratuitamente. “He convocado a dos ferias de granos, para que otros campesinos escojan las mejores variedades y si no alcanzan para todos se las hago llegar luego. Así diversificamos las producciones, pues la soya se comercializa a altos precios en el mercado internacional.”
“Lástima que en nuestra provincia no se cuenta con la tecnología para procesarla y obtener aceite. En otros países la soya es muy utilizada para este fin. Aquí tiene mucha demanda por parte de los productores porcinos.”
Gracias a su colaboración con otros campesinos y los logros en el campo, le permitieron incluirse entre las líderes más destacadas del continente que se dieron cita en el Tercer Encuentro Internacional de Mujeres Rurales bajo el lema: "El fin de la pobreza global comienza con los derechos de las mujeres". “Nunca en la vida me imaginé que pudiera participar en un evento de carácter internacional e intercambiar con productores de otras provincias y de otras partes del mundo. – confiesa con modestia.”
Ese fue solo el comienzo, también representó a las cubanas en la celebración por el Día Internacional de la Mujer Rural, en Canadá. “Fue una experiencia única, me motivó mucho la agricultura orgánica y la participación de los jóvenes y las mujeres como propietarios de parcelas. Siento que nos falta lograr protagonismo en esos sentimos. Nuestros campesinos todavía dependen mucho de los productos químicos para lograr buenos rendimientos en los sembradíos y hay muy poco protagonismo por parte de la juventud y de nosotras porque se le teme mucho al trabajo en la tierra o se toma a menos.”
Pero eso no sucede en la casa de la familia de Marianela, las seis hectáreas que posee se convierten en un hervidero de personas que laboran la tierra de la manera más orgánica posible, en franco respeto al medio ambiente. Se incluye su hija de 13 años que sueña con ser ingeniera agrónoma como su mamá.
“Mi hija parece que lo trae en la sangre, desde pequeña ha visto todo lo que se hace en la finca. Se involucra conmigo en las mediciones que hago en el área, muestrea el desarrollo de las plantas y los fines de semana se va desde por la mañana hasta la hora que sea, siempre trabajando en el campo; toma datos y hace cualquier cosa, incluso coge un azadón o una guataca, como decimos los campesinos. Siempre conmigo, en el campo.”
La historia se repite una vez más, hace algunos años la pequeña que participaba en las cosechas era Marianela, desafiando las creencias de muchas personas que discriminan esta labor para las mujeres.
“Es difícil, pero uno ve la recompensa con la producción, sí se puede trabajar la tierra, me gusta. Las satisfacciones son grandísimas porque siembras un granito de cualquier semilla, la ves crecer y producir, de algo pequeño, obtienes grandes cosechas. Es un orgullo que se me acerquen las personas para que les explique cualquier cosa de los cultivos o les cuente mis experiencias. No quisiera irme nunca del campo, desde niña vivo ahí y creo que voy a morirme ahí, sembrando mi pedacito.”
“Sueño con seguir logrando buenas producciones, no solo de granos y hortalizas, si no de todo. En el territorio tenemos buenas tierras y siempre nos darán lo que seamos capaces de producir, lo que se necesita es que se atiendan.”
Así es esta cubana que responde feliz si alguno de sus amigos la llama “guajira”. Confía en un mejor destino para los cultivos, sin trabas en la comercialización y una Chaparra que camine con pasos seguros hacia el desarrollo. Marianela es una especie de diva rural que deposita su talento en la prosperidad de la parcela. “Para mí, la tierra es la vida.”

Una carreta para la historia



“Mientras lentamente los bueyes caminan,/ las viejas carretas rechinan..., rechinan.../ Lentas van formando largas teorías
por las guardarrayas y las serventías...”/

Contaba el poeta Agustín Acosta a inicios del siglo XX. Es que el futuro de Cuba estuvo ligado a las carretas tiradas por bueyes y a los carreteros que recorrían largas distancias para llegar a los centrales.
Cuántas historias de lluvias y charcos, de voces cansadas que repiten los nombres de los bueyes una y otra vez, cuántas horas de bregar con las cargas, conserva la vieja carreta del Mijial, en Puerto Padre como escultura del quehacer en los bateyes.

Construida en 1927, el rudimentario equipo, de grandes ruedas metálicas y rayos de madera, permanece como prueba indiscutible del paso del tiempo y permanece inútil, olvidada por las nuevas generaciones de boyeros.
Atesora viajes interminables al actual central Antonio Guiteras, tristezas acumuladas, las miserias del pago a los carreteros, las cañas con destino a la industria y quien sabe si alguna historia de amor.
Así, descansa la carreta del Mijial, en Puerto Padre, como una joya que recuerda más de tres siglos de transportación en la Isla. “En bruscos vaivenes se agachan, se empinan...;/las viejas carretas rechinan..., rechinan...”